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Era inicios de marzo, estaba en Moto Madrid, invitada por la organización para dar una charla sobre mis aventuras en solitario en mi moto de nombre Lusi, que como todos sabéis, es en honor a las perras labradoras y miembros de la familia Luka y Sira.
Era la primera vez que daba a conocer mi próximo destino, o como me gusta decir a mi, ¿hacia dónde dirijo mi camino?. “Hacia la Península Arábiga”. Mi cuarto GRAN VIAJE, tras irme en moto desde el garaje de mi casa en Asturias (España), hasta la India, recorriendo Irán, el Cáucaso. Llegando al mar de Aral. Rusia y obviamente habiendo recorrido prácticamente toda Europa y España.
Como compañeros de viaje llevo un trípode que da soporte a mi cámara de fotos, y que ya he bautizado con el nombre de “Pepe” y a Lusi, mi moto, con la que hablo, discuto, río y lloro.
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¿QUÉ SI HAY NERVIOS EN EL ESTÓMAGO?
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Pues sí. A una semana de mi partida y con un montón de cosas pendientes que tengo que dejar despachadas para poder irme tranquilamente, mis “mariposas en el estómago” empiezan a revolotear.
Sumemos a eso una lumbalgia que me hizo entrar por urgencias y con la que llevo ya más de una semana. A penas puedo moverme, y entre calmantes, antiinflamatorios y demás sólo quiero pasar el día dormida.
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ASÍ, DE ESTA GUISA, EMPEZAMOS EL VIAJE
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Tengo una extraña sensación. No se si es que me he relajado tanto a la hora de meter todo en el petate que se me olvidarán la mitad de las cosas. O si es que de alguna forma me he convertido en una nómada que de vez en cuando vuelve a su campo base. Algo extraño, que no logro explicar ocurre dentro de mi. Esperemos que el viaje vaya desvelando cosas.
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Mi viaje en solitario, esta vez está transcurriendo de forma extraña. Diría que incluso meses antes de irme.
Los acontecimientos de este 2018- 2019 con tantas mujeres violadas, desaparecidas, asesinadas cada dos por tres y las incesantes repeticiones y búsqueda por parte de algunos medios de comunicación de ir más allá de la noticia, habían conseguido sembrar el miedo entre todos nosotros; hombres y mujeres.
Me pregunté, antes de salir de viaje, si debería de hacerlo, si tenía que asumir el riesgo con esta extraña sensación de miedo que me estaba ganando la partida. Todo el mundo me advertía, “mira lo que ha pasado este año”, ” te puede pasar esto, aquello”. Intuía en las miradas y frases de muchos y muchas el “si te pasa algo es porque te lo estás buscando”.
“DÉJALO”, Y BUSCA A ALGUIEN QUE TE ACOMPAÑE
Incluso el día de mi partida recibí mensajes de “vuelve sana y salva”. ¡Me molestaron! y a alguno respondí, “sana, salva , más sabia y más feliz”. Ese fue el momento en el que mi yo se reveló contra lo que estaba creciendo dentro de mi, “EL MIEDO”. Habían, o mejor dicho, ¡Casí habían conseguido! que hasta yo misma después de haber recorrido medio mundo en solitario y con una experiencia vital en la que miré de frente a la muerte, pusiera mi propia capacidad de hacer un nuevo viaje en solitario.
EL MIEDO DIÓ SENTIDO A MI VIAJE HACIA ARABIA
Este año, fue complicado. Las mujeres se organizaban para salir a correr en grupos. Mujeres que conozco no se atrevían a salir de cena solas por la noche con otras amigas. ¡Cómo podemos caer en esto!. ¡ME NIEGO!.
Siempre hay que ser sensato y está claro que las mujeres tenemos que asumir más riesgos, pero ¿Debemos de cortar nuestra libertad?. En ese momento, empecé a darme cuenta, de que sin querer estábamos contribuyendo al machismo al considerar que un hombre, “el hecho de ir acompañadas de un nombre”, nos da más seguridad. Nos ha constado muchos años llegar a donde estamos y no podemos consentir que el papel de la mujer vaya dos pasos por detrás. Creo en una sociedad justa e igualitaria, y muchos hombres también. La mayoría de ellos, son padres, ¿Cómo pensar de otra forma?.
Todo esto fue lo que me dio la fuerza suficiente para hacer lo que hasta ahora hacía, con precaución, ¡Claro que si!, con sentido común, ¡Desde luego!, y con la prudencia que todos tenemos en la vida. ¡SEGUIR VIAJANDO!.
Mis viajes siempre han tenido un sentido. Me gusta enseñar la realidad de los países que conozco y sobre todo, transmitir a las personas el sentido de la vida, de VIVIR SIN MÁS. Este era el viaje perfecto para llevar el mensaje con un personaje que cree llamado AKITIL, con una frase que diría “NO DEJARÉ DE HACER NADA POR MIEDO”.
AKITIL – FUERZA QUE HACER REVIVIR
Eso significa Akitil y es lo que dibujaría una niño cuando le pedimos que pinte a una persona. El Niño no distingue entre sexos y somos nosotros, los adultos los que vamos transmitiendo estos límites y diferencias que van marcando los pasos en la vida. Se trataba de mostrar la igualdad, “sin miedos”, tan sólo, la igualdad entre hombres y mujeres desde el respeto y desde luego, sin tener que dejar de hacer cosas por temor. Así que este personaje me acompañó en forma de pegatina, y cuando podía, por cada país diferente que atravesaba con mi moto, dejaba huella de nuestro paso por allí. Era un mensaje de vida, de optimismo y sobre todo de libertad. Quería al finalizar el viaje, poder decir: “aquí estoy, he peleado contra mis miedos y he seguido viajando. He llegado sana y salva porque NO DEJARÉ DE HACER NADA POR MIEDO”.
Me he movido siempre en un mundo de hombres, y ¡SI!, he sufrido a veces la discriminación, pero también la compresión, admiración y amistad de otros hombres. Hombres que además critican duramente la IGNORANCIA de quien menosprecia a la mujer por su sexo. Todos tenemos madre.
Así que, sin que el “ISMO” se impusiera. Enfrentándome al miedo y con un mensaje que transmitir, iniciaba mi viaje en moto y en solitario hacia la Península Arábiga.
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Y empezó “en urgencias”. Un fuerte lumbago que me impedía moverme pocos días antes de iniciar la aventura. Dudé sobre retrasar la fecha de salida, pero entre los antiinflamatorios, calmantes, cremas y fisioterapeuta conseguí mover la pierna derecha lo suficiente como para que ” en modo abuelilla”, pudiera subirme a la moto.
Casi 900 kms desde mi casa en Asturias, hasta el puerto de Barcelona, donde cogería un barco para llegar a Italia. Un buen parche de calor y más calmantes para esta primera etapa. Cada bache, cada curva, cada racha de viento era dolor añadido, pero poco a poco y con “paciencia” llego al puerto.
En el barco y en el suelo
Este tipo de viajes requieren mucho ahorro, mucho sacrificio y muchos recortes, así que el elevado coste de un camarote es algo que no puedo permitirme, toca esterilla, saco de dormir y al suelo en algún rincón del barco. Digamos que forma parte de la propia aventura y no será la ultima vez que duerma fuera de una cama con su almohada.
He cogido este barco varias veces en mis otros cuatro viajes por Asia central, así que siempre me encuentro con alguien conocido que me saluda con un “¡María!, otra vez por aquí.
Esta vez no hay ninguna otra moto, solo la mía, Lusi. Pero si había cuatro autobuses llenos de jóvenes con las hormonas a pleno rendimiento que no dejaban descansar a nadie. Era como una fiesta en un barco durante toda la travesía. ¡Estoy cansada!, necesito dormir con tanto calmante. Los otros pasajeros les riñen, la tripulación les riñe, pero aquello no tiene freno.
Tirada en Bari (Italia)
“La paciencia”, no es lo la madre de todas las ciencias, sino una gran compañera de viaje.
Aquí, sentada en el puerto de Bari, son las nueve de la mañana, la hora que me dijeron ayer para estar y embarcar hacia Grecia, pero no, no era esa la hora sino las 21:00h. Así que a esperar toca.
¡Sí!, “la paciencia”, esa gran compañera que te tienes que llevar de viaje en la maleta y que nunca debe de faltar. Te puedes tirar horas en travesías, en esperas, en fronteras e incluso días. Esta vez son 12 horas, nada que ver con aquellos 3 días, SI 3 DIAS y 10 horas en el puerto de Alat, al sur de Bakú en Azerbaiyán para atravesar el Caspio.
Recuerdo aquel viaje en el que para llegar al Mar de Aral tuve que esperar por aquel destartalado barco que llegó un buen día rumbo a Aktau en Kazajistán y al que denominé MAYBE TOMORROW porque cuando compras el billete y preguntas cuando llega la contestación es esta “puede que mañana”. Al parecer, eso me explicaron, el Caspio es un mar muy traicionero y tan pronto está en calma como una enorme tormenta se levanta y los barcos tienen que dejar incluso de navegar. Nunca olvidaré aquel barco y la cantidad de militares que subieron para someternos a un exhaustivo cacheo con aquel enorme pastor alemán, un perro policía que muy alejado de la sutileza de los que conocemos en Europa, con su hocico desperdigaba todo por el suelo y se subía encima de las personas para olisquear. Los trámites de inmigración e importación de la moto también tuvieron su aquel. El barco llegó a las 23:00h y cuando pude irme a un hotel eran las 06:30h horas de la madrugada. Por cierto, la única mujer que viajaba en el MAYBE TOMORROW, en realidad el Mercuri, era yo.
Pero ahora, solo son horas, hace sol, y me espera toda una aventura por delante. Así que, con PACIENCIA espero y voy conociendo a gente que sorprendida cuando les digo que me voy a la Península Arábiga se sientan un rato conmigo para ver si lo han entendido bien.
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Sí, así hemos bautizado entre todos los que seguís mi viaje a mi casco, como “CASCONUECES”, porque por alguna extraña razón siempre termina roto, antes, durante o después de mis viajes. En el primer gran viaje, la policía iraní se encargo de ello, después vendría …. Bueno, en esa ocasión, viajando por el Cáucaso, llegó bien. La segunda vez que se rompió, sería terminado el viaje titulado, “una moto en un mar perdido” y en Grecia. Por cierto, ahora que me doy cuenta, esta última vez también fue en “Grecia”, pero cuando iniciaba mi aventura. Quizás, ahora mismo acabo de descubrir la razón. ¡Grecia y mi casco no se llevan bien!. Fue cómico el tema. Estaba entre camiones para limpiar y engrasar la cadena mientras esperaba el barco. Todo controlado, el casco en el suelo para evitar su caída (jaja). Todo listo y recogido y para ponerme la chaqueta coloqué el “casconueces” en el retrovisor, y …. ¡ bueno ya os imagináis lo que ocurrió”. Así que “casconueces”, decorado con cinta americana gris viajaría conmigo durante los 15.000 kms.
Y del tirón para Turquía
Ahora ya estoy en un hotel en Turquía, es bastante bueno y no llega a 18 euros al cambio. escucho la llamada a la oración desde los diferentes minaretes de las mezquitas. Me resulta relajante y tremendamente bello, me transmite calma y serenidad y fue en ese momento, ¡fue en ese preciso momento!, cuando me di cuenta de que la aventura había comenzado.
Hacia el sur de Turquía, ese gran tesoro
En mis anteriores viajes por Asia central había recorrido el norte y el centro del país. Esta vez, quería rodar por el sur. A pesar del conflicto bélico con Siria y todos los problemas con Iraq, ¡Quería!, ¡Sentía!, que tenía que conocer esta zona e imaginaba que la frontera turca estaría lo suficientemente blindada como para no tener problemas.
¿Si he valorado los riesgos?, por supuesto que sí, pero en la balanza ha pesado más el conocer esta zona que ya nadie quiere visitar .
Decido atravesar por Gelibolu (Gallipoli), donde un transbordador esta continuamente pasando de un lado a otro y te lleva a Lapseki, recomendable 100% para los que no quieran atravesar por Estambul (Istanbul) y ahorrarse los interminables atascos. Por 3€ te plantas en menos de media hora en el otro lado tranquilamente. Eso sí, tengo que contar, que la interminable cola de camiones me hizo callejear y con la ayuda de un coche conducido por unas chicas turcas llegar y pasar delante, justo cuando el barco levantaba la rampa, así que ante los insistentes gritos del personal, puedo decir que salté literalmente por los aires hasta aterrizar al lado de una ambulancia que trasladaba a un niño con un golpe en la cabeza.
Serpenteante carretera hacia Olympos
Ahora ya estoy recién duchada, he cenado y “regateado” el precio de un alojamiento; práctica recomendable en este país para que nadie se quede con la duda de que te podían haber pedido más o que te están cobrando de menos.
El Valle de los Olympos en la zona de Antalya, donde una antigua ciudad griega atravesada por un río que desemboca en el Egeo te transporta a un mundo casi de magia. Un lugar donde accedes por un valle con una serpenteante y maravillosa carretera salpicada de cabañas de madera. Su paradisíaca playa de piedras, casi vacía por la época del año, era un remanso de paz. Las ruinas de la ciudad con sus piedras, esas que hablan calladas y te van contando historias donde te imaginas el bullicio de épocas anteriores por sus calles. Ahora, invadida por chiringuitos y lugares para los turistas, todos cerrados por suerte, ya que no es temporada estival, pero donde todavía conservan las famosas casas colgantes o directamente construidas en los árboles. Tuve la oportunidad de pasar algunas noches por menos de 15 euros y aquellos paseos en moto o a pie, eran un reencuentro con la historia, con la arquitectura. Anfiteatros, templos, tumbas, casas, paseos, y pasos por aquel río me transportaron a un mundo diferente, del que os intentaré desvelar más cosas en la siguiente etapa.
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Seguimos por el sur de Turquía. La serpenteada carretera me trae a este maravilloso lugar. Tras encontrar una cabaña típica de la zona donde pasar la noche y en la que casi me congelo, cojo a mi moto Lusi, y me voy a ver el famoso Monte de las Quimeras, el famoso Yanartas Dagi (rocas ardientes), un lugar donde un accidente geográfico provoca hogueras por el metano. ¡Mágico lugar!, que cuando caía la noche te explicaba por si solo porque sirvió en épocas anteriores de faro a los barcos.
Son estos momentos, allí sentada entre el fuego, cuando te das cuenta del “placer viajero de dejarse llevar por los sentidos”. Una extraña mezcla de olor a gas y miel. El color del fuego, la naturaleza y a mi alrededor aquellas ruinas de lo que en su día fue una iglesia bizantina, me hacían estar, sentir, vivir un estado de serenidad y tranquilidad absoluta.
La comunión entre naturaleza y hombres. No quería irme, creo que me hubiera quedado allí a pasar la noche si hubiese subido al lugar mi tienda de campaña. Pero, para acceder allí, hay que dejar la moto y caminar poco más de un kilómetro por un sendero y todo esto, además lo hice con toda la equipación de la moto encima. La tienda de campaña hubiese sido demasiado y además tenía una cabaña de madera típica de la zona y que por 12 euros me permitiría dormir como Heidi, ¡congelada, pero como Heidi!.
Era casi noche cerrada, deshice aquel sendero para recoger a Lusi, mi moto, que me esperaba allí y mientras la conducía solo iba pensando.” ¡Qué momento para recordar, qué bonito viajar y qué bonito dejarse llevar!”, es de esos momentos de embriaguez motera, de la nómada que llevo dentro, de ese sentimiento de paz y equilibrio que te da, o mejor dicho , “ese momento que me da el viajar y hacerlo en moto”, ¡En mi moto Lusi!.
Había un restaurante, de los muchos que hay a unos pocos kilómetros del lugar, y paré a cenar “consiguiendo una cervecilla”, que como sabéis en Turquía, depende del lugar, te la sirven o no en función de si el dueño es musulmán o no. Pero allí, en aquel momento, esta cerveza fue la culminación tranquila a lo que había sido un día perfecto.
Ahora, mientras escribo esto, estoy en una especie de salón donde le ha dado a la señora por limpiar el suelo a golpe de manguera, así que con el agua a los tobillos me despido para contaros en la próxima, ya sí, la visita a la gran ciudad de OLYMPOS.
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Singular lugar que agradezco conocer en esta época del año, porque mucho me temo que es de esos lugares que son muy turísticos en verano. Algo así como un bohemio lugar hippie y de “reposo absoluto” entre el bullicio de aquellas terrazas, bares y chiringuitos esparcidos por todos los sitios y ahora cerrados.
Seguimos en la región turca de Antalya. Olimpos, antigua OLYMPUS , gran puerto pesquero y muy próspero en el 200A.C. Donde habitaban los temibles piratas de Licia y que fue arrasada como castigo por los romanos. Leyendas y mitología conviven ahora entre unas ruinas, más o menos cuidadas de esta antigua ciudad que desemboca en el mar.
Casas encima de árboles típicas de la zona dibujan un lugar casi de cuento de hadas. Algunas de ellas restauradas y otras no. Todas de madera, con unas escalerillas estrechas y complejas para subir todo lo de la moto.
Mereció la pena perderse entre sus ruinas
Y merecido la pena perderse entre sus ruinas, imaginando como había sido allí la vida, en un próspero puerto pesquero en el Mediterráneo.
La playa, aunque incómoda para pasear por las piedras, ya comenté que era paradisíaca. Un suave ruido de las olas entre las montañas que la abrazan y con ese intenso color azul la convierten en uno de esos lugares de los que “no quieres irte”; al menos en esta época del año, donde no hay casi nadie.
Hay tantas ruinas que llegan hasta esta playa. Estoy sentada en una antigua columna romana de mármol, escribiendo esto con los pies casi dentro del agua. Estaría expuesta en cualquier museo de Europa y sin embargo allí esta, entre otras muchas ruinas esparcidas por todos los lados.
Sentada, serena y con mucha calma una vez más pienso en la gran suerte de poder estar allí, viviendo este momento. Una vez más, me reafirme en mi teoría de que lo bueno hay que buscarlo. Salir a encontrar cosas diferentes y poder invertir, ya no en viajes, sino en vida.
La noche en la bucólica cabañita es fría. Aquel aire acondicionado no funcionaba. Con mi saco de dormir y unas cuantas mantas que había por allí recibo la mañana. Es abril y en esa época en las montañas turcas todavía hay nieve.
Un intenso paseo por la ciudad de Olimpos, donde podía oír el ruido de las herraduras de los caballos, donde podía escuchar a sus gentes hablar entre sus callejuelas. Imaginaba el mercado, el día a día.
Preciosos restos arqueológicos comidos por las salvajes enredaderas y la maleza dan paso a un anfiteatro. Accedo entre antiguas puertas de madera y desde un alto diviso aquella ciudad.
¡BELLEZA EXTREMA!.
Tras atravesar el río, poco a poco regreso por el otro lado a mi cabaña y mientras voy pensando en que “¡He llegado allí con mi moto!”.
Es maravilloso viajar y descubrir nuevos lugares.
Mañana inicio camino hacia otra gran y mística ciudad: Konya, la cuna de los Derviches giradores o Malvedies. ¿Qué me encontraré?
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Mi próxima parada es en la ciudad turca de Konya, lugar considerado como el centro de los Derviches giradores. Una orden cuya ceremonia es una danza meditativa, llamada Sama y que consiste en que “solo hombres” acompañados de música, giran sobre sí mismos con los brazos extendidos, simbolizando “la ascendencia espiritual hacia la verdad, amor y liberados de todo ego”. ¿Su origen?, al parecer está entre India y Turquía (Sufís). La danza forma parte de la lista representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco.
Inicio ruta como mi moto Lusi, que de momento se está portando muy bien. Las carreteras del sur de Turquía están casi todas en obras. La temperatura no pasa de los 4 grados (estamos a principios de abril). Conducía con frío, pero guardando en mi retina aquellas imágenes de la primavera explotando en Turquía.
Konya es como todas las ciudades turcas, caótica. Es en esta ciudad donde me permito lo que yo llamo “clemencia viajera”, en el momento en el que tu cuerpo te pide un buen descanso tras una malísima carretera con un barrizal intenso durante 100 kms. Así que me cogí un buen hotel, donde además coincidió que en frente, estaba el centro principal de los Derviches giradores. ¡Dejó rápidamente todo en el hotel! y me voy corriendo para verlos porque a las 19:00 horas empieza el ritual que no me quiero perder.
EL RITUAL DE “SAMA”
Este ritual con su danza llamada Sama, comienza con la entrada de los Derviches en silencio. Se van sentando en unas alfombras de piel de oveja y se quitan sus capas. A continuación entran “los maestros” y cada miembro de la orden se acerca a saludar y a recibir un beso del mismo. Hecha la reverencia comienzan a girar de forma sinuosa y van elevando sus brazos lentamente hasta conseguir girar sin parar con una absoluta precisión en la colocación de cada pie.
La ceremonia dura apróximadamente una hora y finaliza sentándose los giradores nuevamente en sus alfombras de piel de oveja donde durante un rato, con un respetuoso silencio de todos los que estábamos allí observándoles, están en estado meditativo. Pasado ésto, uno a uno van besando el suelo, colocándose su capa y levantándose lentamente para marcharse. No hay aplausos, no es un espectáculo, es un ritual.
PASEAR POR KONYA
Pero Konya, esta ciudad considerada como “de las más tradicionales de Turquía”, es una mezcla de modernidad y férreas costumbres. Es la ciudad donde ví a las mujeres más cubiertas en todo Turquía, pero también a las más modernas, incluso fumando.
Las casas de la parte antigua se caracterizan por ser blancas con puertas y ventanas en madera y su “bazar” al aire libre es simplemente espectacular. Me pierdo entre sus calles y estoy disfrutando de aquel regalo que no me esperaba en esta ciudad. De repente una de sus calles desemboca en una mezquita. He visto en mis viajes muchas mezquitas, cual a cual más bonita, pero esta es diferente porque tiene en sus minaretes una especie de tejadillo para proteger al “llamador” y esto es algo que en la arquitectura islámica nunca había visto hasta ahora. Me recuerda a la excepción que conocí de arquitectura islámica en Samarcanda, donde una de las madrasas de la plaza del Registán tiene leones en su fachada, algo prohibido en este tipo de arquitectura.
Es una ciudad de gente amable y visito tranquilamente toda la ciudad con absoluta sensación de seguridad y muy pocos turistas japoneses con los que coincido.
MI CABEZA QUIERE MANDAR
Fue en esta ciudad cuando mi cabeza me jugo una mala pasada. Empezó a dar vueltas sobre la posibilidad de los “¿ Y SI?… ¿Y si tengo un accidente?, ¿ ¿Y si me pasa algo?, ¿y si?, ¿Y si?”… Pero enseguida me doy unos toques en ella y la envío un mensaje “AQUÍ MANDO YO” y voy a seguir disfrutando de esta ciudad.
De regreso al hotel me encuentro con otra ceremonia de los Derviches, esta vez más íntima que la anterior, ¡QUE BONITO ES VERLOS!.
Konya deja en mi una grata sensación. Siendo una ciudad acostumbrada a los visitantes por su famosa orden pero conservando su autenticidad. Tuve, incluso, la suerte de visitar una escuela de caligrafía árabe y unas chicas muy simpáticas me intentaron explicar lo que hacían y me presentaron a su profesora.
Konya ha resultado una experiencia recomendable que ningún viajero que vaya a Turquía debería de perderse por la amabilidad de sus gentes, sus calles, sus plazas y sobre todo por su autenticidad.
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ES EXTRAÑO RODAR AL LADO DE LA GUERRA
Conduzco bordeando la frontera con Siria y resulta extraña esta “aparente tranquilidad de Turquía”, cuando cerca se está librando una guerra y vidas humanas se esfuman.
El blindaje de la frontera turca
Quiero hacer noche en Harran para visitar las famosas “casas colmena de Turquía”. Conduzco atravesando muchos controles militares. La frontera turca está blindada. La carretera principal está cortada y me desvían por una pista que me llevaría a una especie de autovía; el resto de coches pasan y aunque yo insistí, la respuesta de los militares fue la de “turist no, danger”.
En la siguiente fotografía podemos apreciar el famoso muro que ha construido Turquía para aislarse de Siria e Iraq.
Continuo por aquella especie de aburrida autovía que al final me recompensó con una precioso arcoíris debajo del cual estaban Turquía y Siria; la naturaleza no entiende de fronteras ni de guerras.
Se supone que las hostilidades han cesado, sin embargo yo fui testigo, en primera persona de que la guerra todavía no ha concluido. Todavía se escuchan disparos y eso solo significa que la gente se sigue matando.
Akcakale tiene una zona llena de campos de refugiados sirios. Había cenado con una familia siria a cambio de dinero y no parecían muy amigables. Supongo que la guerra transforma los rostros de las personas. Al día siguiente un montón de niños aparecieron por allí atraídos por mi moto. estuvimos jugueteando y riendo.
La guerra no había conseguido borrar sus sonrisas.Cuando estás por una zona de guerra y ves de cerca el sufrimiento te reafirmas una y otra
vez en que unos hacen las guerras y otros las sufren. En que el ser humano puede ser maravilloso o tremendamente perverso. Y también en que la cámara de fotos a veces es mejor guardarla para no dañar la dignidad de las personas.
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Mardin, espectacular ciudad cuyos hoteles han permanecido cerrados por la guerra con Siria, comienza a despegar.
Fue toda una sorpresa encontrarme con esta ciudad. Es el secreto mejor guardado de la región de Anatolia en Turquía. Ciudad donde se mezclan lenguas, tradiciones y religiones. Unas increíbles casas típicas descubren unas fascinantes callejuelas para perderse entre ellas.
Pero Mardin, también ha sufrido la ira de la guerra siria y desde hace unos años, muchos hoteles han cerrado porque ya no hay turistas. Hoy por hoy es un museo al aire libre prácticamente abandonado.
Me despierto temprano porque quiero recorrer la ciudad y tomando un café, el recepcionista que terminaba su turno se acerca a hablar conmigo extrañado de que mi viaje en solitario y en moto. Gentilmente se ofrece a llevarme a un madrasa que hay a las afueras de la ciudad y en su viejo coche me va contando la triste historia de una ciudad que antes rebosaba vida. De camino hacia otro monasterio, me dice que la gente se ha ido, que los turistas tampoco vienen ahora y que llevan años con el hotel cerrado por culpa de la guerra, “la gente tiene miedo de venir por aquí” me recalca y los terroristas de ISIS atacaban la zona, continua relatando.
La decadencia y el abandono forman parte del paisaje
Se nota que en su día fue una ciudad con mucho turismo por todas las infraestructuras, pero que ahora tienen un aspecto de abandono y decadencia.
Los tenderos se sorprenden de ver de nuevo a “una turista”, y salen todos para saludarme y darme a probar sus productos; incluso me regalan dulces y me invitan a probar un vino de la zona. El lugar es maravilloso, ¡Para quedarse a vivir! y a pesar del mal tiempo con frío, lluvia y granizo, sus calles lo convierte en acogedor.
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En una plaza hay un montón de señales indicando a diferentes capitales mundiales y al lado un bonito puente de madera que te lleva de nuevo a la zona alta de esta maravillosa ciudad medieval.
Me dije a mi misma, que hablaría “solo” de este bonito lugar, porque nada más puedo hacer por ellos, pero si contar lo que me encontré y por su puesto recomendar su visita y dejarse perder en sus callejuelas y con sus gentes deseosas de recibir nuevamente a quienes en su día la hicieron próspera , “los viajeros”.
Continuo ruta hacia Irán, rodando entre las fronteras de Turquía, Siria, e Iraq, bordeando el famoso muro construido por Turquía para aislarse. En un momento dado los tanques cortan la principal carretera y no me dejan pasar, me indican con la mano que me dé la vuelta, pero tengo que continuar viaje, así que en el GPS aparecen unas pistas que terminaron siendo 298 kms de barrizales.
Atravesaba poblaciones y la gente sale corriendo y se atravesaba delante de la moto. La peor de las pistas en aquella circunstancia se convertía en la mejor de las carreteras, pero a los pocos kilómetros el barro volvía a aparecer, lo que terminó al final de la jornada con una gran ampolla en mi mano derecha.
La moto patinaba y tarde 7 horas en salir de allí. A todo esto hay que sumar que cuando terminé el barrizal, continuaría por una carretera en zigzag de montaña, donde tras la lluvia, vino el granizo para terminar nevando.
Pasé una veintena de controles militares y en el último uno de los militares que allí había me pregunta sobre lo qué hago por ahí, me indica que estoy en zona de terroristas, y se lia a enseñarme con su móvil fotos de los que había abatido allí mismo, en la garita donde estábamos con un tiro en la cabeza.
Me señala todas las cuevas donde se esconden. La verdad es como si estuviera atravesando por la propia guerra. Todo lleno de trincheras y alambradas durante kilómetros y kilómetros.
Normalmente no me gusta conducir de noche, pero aquel día decidí tirar hasta llegar a Yüksekova, una ciudad turca a poco más de 60 kilómetros de la frontera con Irán. Seguía pasando controles militares ante la incredulidad y linterna en mano de los militares, que no terminaban de entender que hacía un viajero por aquel lugar que era un punto caliente y encima “una mujer sola”.
En Yüksekova se portaron muy bien. Era noche cerrada, hacia frío y había nieve. Unos policías estaban al lado de una banqueta y les pregunté por un hotel. Tras una pequeña conversación, pararon a un coche para que me guiase a uno. Allí uno de los chicos que había me llevó a un sitio cercano para comer algo caliente.
Ese país del que me enamoré en el 2016, cuando lo recorrí con mi moto Lusi, ¡Ha cambiado!
Las motos de alta cilindrada están ABSOLUTAMENTE PROHIBIDAS TAMBIÉN PARA LOS “TURISTAS”. Me indican que una semana antes podría entrar. La embajada de Irán en Madrid me lo había garantizado, sin embargo, tres días de espera en aquella destartalada frontera dejaron claro que NO.
Me animan un día tras otro a que me dé la vuelta, pero, yo ya estaba dentro de la frontera iraní con la ayuda de los guardias turcos y ahora había que buscar un solución. Cada vez que venía alguien que yo intuía era un “pez gordo de aquella frontera”, me iba a hablar con él, ante la insistencia de todos de que me sentará…. ME PASÉ SENTADA UN MONTÓN DE HORAS…
al final tres días dan para mucho y a pesar de que al principio fueron hostiles conmigo, poco a poco me los fui ganando y terminé comiendo con ellos y durmiendo en casa de una funcionaria que cuando nos despedimos lloró, me hizo llorar y me abrazó diciéndome que ahora tenía una hermana más.
TRANSITO DE MERCANCIAS EN RUTA
Tres día en una frontera dan para mucho y empece a darle vuelta al tema de un transito de mercancías en ruta, un TIR. La respuesta de ellos era “no posible”. En irán nada es posible, la burocracia es una locura y tremendamente lenta. Hay que armarse de mucha paciencia en el país persa.
El director de la frontera vino a hablar conmigo para que desistiera y me diese la vuelta, pero SOY MUY CABEZONA y tenaz muy claro que no me iba a mover de aquella silla hasta que me diesen una solución.
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Al final conseguí tramitar un TIR, aunque ahora el problema era que ningún transportista aceptaba el porte por ser mujer, pero apareció Hassam, un hombre de casi 60 años, de mente abierta que había trabajado en rutas TIR y que había sufrido en sus propias carnes la dura represión iraní (el año anterior un mes de cárcel y 80 latigazos por tomarse una cerveza).
Con Hassam atravesé Irán en su camión durante tres días y sus correspondientes noches, comiendo y durmiendo en la cabina. Sin ropa para cambiarme ni una ducha que puedes darme, nada. Había precintado todo en el contenedor del camión con las ganas de irme de aquella frontera sin tener en cuenta ésto.
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LA EXPERIENCIA DE VIAJAR EN CAMIÓN POR IRÁN
Viajar en camión por Irán es todo una experiencia, con esa especie de “código entre camioneros para avises de todo”. Cada poco un camión ardiendo o averiado, lo que señalan quemando una rueda o haciendo una hoguera, nada de triángulos ni otros dispositivos para señalizar.
El chófer Hassan y yo poco a poco vamos cogiendo confianza, él solo habla farsi, pero a pesar de ello, mantenemos conversaciones. Él es del KURDISTAN y me ponía música de su zona para que la escuchara. Hasta llegó un momento que bailaba. En Irán,, el país con la tasa de siniestralidad por accidentes de tráfico más alta del planeta, son capaces de conducir, enseñarte un video por el móvil, beber té, comer y ver la tele… Al principio iba literalmente “ACONGOJADILLA”, y frenaba ante la risa de Hassan.
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Llamó a todos sus amigos para contarles orgullosos, “que llevaba a una mujer europea con una moto grande en su camión”, como si de una gran hazaña se tratase y cada vez que nos paraba la policía bajaba y enseñaba la autorización para que yo pudiese viajar en la cabina siendo mujer.
Los días pasaban y el cansancio hacía mella, Hassan quería hacerme fotos para poder enseñar así que cada vez que veía un campo con las típicas flores amarillas de primavera, atravesaba los carriles, paraba me hacia bajar y posar entre las flores jejejej.
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Fue como un padre para mí. Me defendió como a una hija e intento hacerme el viaje fácil en todo. A pesar de las incomodidades de aquel pequeño camión, de no poder dormir, fue una increíble experiencia y me llevo otro amigo de Irán, bueno a otra familia amiga, la de Hassan.
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“QUÍTATE EL VELO”
Tras horas de espera en el puerto de Bandar Abbas, comienzo el trámite para despreciar el camión y poder bajar mi moto y mi ropa porque tras tres días sin cambiarme ni ducharme y otros casi otros dos que me esperarían de travesía necesitaba al menos cambiarme.
Ya está la moto en el puerto y paso a la sala donde todo el mundo espera. Las mujeres comienzan a hablar conmigo, me piden que las enseñe mi pasaporte y estar ellas se lo pasan, no mirando la cantidad de sello de diferentes países que he atravesado, a ellas, lo que las llamaba la atención era que cada hoja tenía un animal diferente, mientras que en el de ellas solo aparecía la figura de Jomeini. Con gestos de escupir y de cortarlas el cuello repetían con desprecio sin que nadie las viera “JOMEINI, JOMEINI”, le odian. Una señora de uno 75 años calculo yo más o menos me dijo ¡ SAR GOOD! y con sus manos me indican que antes, hace años no levaban velo y se podían poner faldas.
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Subimos al barco. Todas insistían en que me quitara el velo, y yo en que no quería problemas. Insisten tanto que al final, creyendo que sería yo la primera y daría “el pistoletazo de salida al resto”, decido quitármelo, pero EL RESTO NO ME SIGUIÓ, y allí estaba bajo la mirada de admiración y gestos de victoria de ellas y de algunos de ellos también y las miradas de odio de la mayoría de los hombres que no miraban que esa turista desobedeciese al régimen; pero resulta que estábamos ya en aguas de EAU cuando sucedió eso, y a mi por mucho que les pesará no me podían decir nada.
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Mujeres a un lado y hombres a otro iniciamos aquella travesía, donde se incluía una cena (arroz normalmente y pollo y el desayuno, un té y esa especie de “pan mantel” ). Las mujeres se lavan los pies en los baños, aquellos pequeños y sucios baños, y cuando estamos cada vez más cerca de Dubai, una imagen que no olvidaré: una mujer con un “burka” que echaba hacia su cabeza, fumando y creo que respirando libertad desde aquella cubierta mientras miraba el amanecer.
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Cuando llegamos al puerto de Dubai, nunca se me olvidará la imagen de aquellas mujeres dándome un abrazo y las gracias por aquel gesto, que ellas me animaron a hacer como gesto de su revolución. ¿Me sentí utilizada?, no, ellas sabían que a mi no me harían nada pero que para ellas era la bandera hacia sus deseos de libertad.
Cinco horas después y unos cientos de euros menos ya tenía todo el papeleo necesario para salir del puerto. Las fronteras de tierra siempre son una complicación añadida, donde se pone a prueba nuestra paciencia.
Peculiar es la llegada a este puerto, donde varios autobuses recogen la pasaje (hombres a un lado y mujeres al otro). Me hacen ir detrás de ellos con la moto a la oficina de inmigración. Una funcionaria absolutamente tapada, donde solo se preciaban sus ojos, nos cachea a todas y cada una de nosotras. Aparece un hombre con el típico atuendo de aquí, tiran do caramelos y golosinas a la mayoría de gente que esperaba allí; aquello sonó a “tomar esto que aquí nos sobra de todo”.
Enseguida se fijan en mí, la única mujer sin velo, europea, y me preguntan de dónde soy, “España” respondo y enseguida llaman a “la española” para pasar de las primeras por las ventanillas de registro. Se nota que le gustan los españoles y nos tratan bien.
Estoy en una de las siete oficinas o puntos para gestionar la entrada a EAU, y desde allí veo mi moto rodeada por hombres vestidos con sus DISHDASH (todos blancos y pañuelos rojos de cuadros en la cabeza)…. YOU? me pregunta, Yes, no dan crédito a que una mujer sola haya viajado desde España en su moto hasta allí y me invitan a tomar el famosos café de Arabia. Entre sus preguntas es la típica, “¿No tienes miedo?”. . .
Ya estoy fuera del puerto, documentos en regla, alegría extrema a la par del cansancio acumulado y a buscar un hotel apto para mi presupuesto, que encuentro al otro lado de Dubai, en Deira (la India de Dubai). Una habitación por 70 euros al día llena de cucarachas.
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Es festivo, a las 07:30h hora de EAU, estoy encima de mi moto LUSI, para recorrer y conocer Dubai. Había pasado la tarde anterior durmiendo, recuperando fuerzas. Así no hay tráfico y todo el mundo se pone a mi lado para preguntarme de dónde soy. Creo que igualo o supero al número de fotos que me hicieron en Irán (año 2016), sólo que aquí la forma es peculiar: bajan un poco, solo un poco la ventanilla para que el calor no se cuele dentro de sus coches con los aires acondicionados a todo gas. Cuando me daba cuenta, tenia un enorme todo terreno de un lado, y otro del otro lado de la moto, con el ruido de sus potentes motores haciéndome fotos sin parar y casi a escasos centímetros de mis maletas. Algunos me ofrecen agua fresca. a primera hora de la mañana ya estamos a 38 grados.
La ciudad es impresionante, es la MEGALOMANIA, lo más grande, de lo mas grande que exista en el mundo.
El hotel más lujoso del mundo “el Burj Al Arab”. El rascacielos más alto del mundo “Burj Khalifa“, hasta tienen un montón de islas situadas de tal forma que imitan el mundo, “The word”.
Ahora en el hotel, con los brazos quemados (a quién se le ocurre con esas temperaturas y ese sol ir sin una prenda”. La crema solar de poco sirve, me voy a buscar un tienda para comprar una camisa de manga larga y mientras tanto pienso, “¡Madre mía, aquí estoy, con mi moto, en ña Península Arábiga!.
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PASEANDO POR ESTA EXTRAÑA CIUDAD
Esta ciudad es todo lujo y ostentación. Primeras marcas, coches de lujo aparcados en todos los sitios y algunos abandonados (la burbuja inmobiliaria también hizo herida aquí y la crisis empieza a asomar la cabeza).
Es una ciudad extraña; en las avenidas no hay gente. Todo el mundo está en los centros comerciales para paliar las altas temperaturas. Enormes túneles, conectan unos centros con otros y desde ellos puedes ver las anormes avenidas de 6 carriles en cada sentido de la marcha prácticamente vacias.
Todo ese lujo contrasta con las penosas condiciones laborales de los únicos que trabajan allí: indios y pakistaníes mayoritariamente.
La policia es bastante permisiva pero si te pillan con el coche sucio, la multa ronda los 300 euros.
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Dubai esa una ciudad creada por y para la fantasía, pero detrás de ese Dubai está la realidad; hasta están creando una “nueva y artificial ciudad antigua” ya que no tienen historia.
Después de más de una semana recorriendo EAU, continuo ruta hacia Omán, y todo lo que hay después es “desierto”, kilómetros y kilómetros de desierto.
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Estoy en la frontera entre EAU y Omán. Tengo que esperar una larga cola, pero los trámites son fáciles y me facilitan todo.
Mi primera toma de contacto con Omán es en Barka, un bonito pueblo en el que me quedo por recomendación de un funcionario de la frontera. La gente no parece inmutarse mucho de mi presencia, parecen todos absortos en su mundo… diría yo que van ¡A su rollo!.
Es una bonita mezcla árabe y africana (no hay que olvidar que la mayoría de los omaníes provienen de Zanzibar, una pequeña isla perteneciente a Tanzania.
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Mi segundo día en Omán transcurre tranquilo, descanso, duermo y como muy bien. Este es un pueblo de pescadores, una maravilla.
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Barkal y la tarde de té
Desde Barka, bajo un sol de justicia me dirijo a visitar el fuerte de Nakhal. Llego poco antes de cerrar pero me permiten visitarlo. La única palabra que se me ocurre es UNA MARAVILLA. Visitaría fuertes a lo largo y ancho de todo el país, pero este por su autenticidad y quizás menos conocido me fascinó.
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Paseaba entre sus murallas y en la parte alta una suave brisa refrescaba mi cara. Me asomaba y veía inmensos palmerales alrededor. Todo un paisaje desértico pero verde, una extraña mezcla con casas cuidadas y construcciones nuevas al “estilo tradicional”, y es que el gobierno omaní quiere impulsar el turismo y que no se pierdan sus orígenes. Quieren un turista diferente, de un nivel adquisitivo alto y no quieren edificios como en el vecino país de EAU.
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Un té me esperaba en Nakhal
Cuando terminé la visita del fuerte un grupo de mujeres que habían venido a verme antes para invitarme a un té, me esperaban y hacían gestos para ir a su casa. Dos de ellas, las más jóvenes hablaban un poco de Inglés. Todas tienen hijos. La chica de la foto que aparece a continuación tenía 16 años y un hijo.
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Me llevaron a una pequeña habitación, era la de las mmujeres. Como manda la tradición nos descalzamos y entramos. Era una habitación austera con alfombras en el suelo. En seguida una de ellas también traía una tetera y unas pastas para compartir. Intentamos hablar. ¿Oman beautiful?, me preguntaban, y yo respondía , “YES I LOVE!!”… Entonces aplaudían y me daban las gracias.
Poco a poco me fueron prensentando a todos sus hijos. Nos hacíamos fotos unos con otros. Me preguntaban por mi familia. Les sorprendía que no tuviese marido, ni novio, ni nadie con quien estar. Que viajase sola las asombraba aún más. El no tener hijos para ellas era algo incomprensible.
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Empezaba a caer la noche y yo tenía que irme, no sin antes ayudar a subir a casi todas ellas, para llevarse un recuerdo “con la moto de la española que viajaba sola por Omán”.
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Estas son experiencias enriquecedoras. Son las cosas que no aparecen en ninguna guía turística y que cuando viajas sola te regala el camino. Son recuerdos imborrables para contar cuando sea una viejecita.
En moto todo resulta más accesible. Para mí es un elemento de comunicación que genera vínculos con las diferentes culturas. Casi todo el mundo se siente atraído por una moto y con ella como digo muchas veces entro casi “hasta la cocina”.
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Ya llevo dos días en Omán y voy comprendiendo que es una sociedad abierta pero con fuertes tradiciones.
¡Me está gustando, aunque todavía queda viaje!.